Encontró un bebé envuelto en mantas y lo adoptó – Diecisiete años después, alguien regresa por el niño
Una brisa fría barría los muelles mientras Rowan maniobraba su pequeño bote de pesca para atracar en el muelle. El sol del atardecer bailaba sobre la superficie del agua, transformándola en un reluciente estanque de oro fundido.
A sus 54 años, Rowan había dedicado gran parte de su vida a este lugar, luchando con cuerdas y velas, tirando de las redes junto a las aves marinas. Esa era la única vida que había experimentado.
Su gorra de ala ancha le ofrecía protección contra el sol, pero no podía ocultar las profundas líneas de tristeza talladas en su rostro.
Los aldeanos susurraban que Rowan no había sonreído de verdad en mucho tiempo, no desde que Ariana, el amor de su vida, había dejado este mundo.
Le lanzó una cuerda a Luis, un viejo amigo que manejaba el bote cercano, y luego se dirigió al muelle. Las tablas del piso crujieron suavemente con cada paso,
y Rowan le hizo un gesto cortés con la cabeza a una pareja que pasaba por allí, que acababa de regresar de su viaje para buscar pescado fresco.
El pequeño se echó a reír, señalando con entusiasmo las redes de Rowan. Esa pequeña risa tocó una fibra sensible en el corazón de Rowan;
hubo un tiempo en que él y Ariana habían soñado con tener hijos; él había imaginado una casa bulliciosa, llena de gritos alegres y el sonido de pequeños pies corriendo de un lado a otro. Pero el destino tenía otras ideas.
La muerte de Ari a causa de una enfermedad inesperada cuatro inviernos atrás lo había dejado con una sensación de vacío total.
Ahora vivía solo en su pintoresca cabaña, el mismo lugar donde Ariana había llenado el aire con sus melodías y adornado el espacio con sus flores.
Por las noches, se sentaba en silencio, dejando que los recuerdos flotaran a su alrededor.
Su risa, las suaves reprimendas cuando se olvidaba de lavarse el barro de las botas, la forma en que ella deslizaba sus dedos sobre sus ásperas palmas. Lo extrañaba todo con una profunda intensidad.