La gente notó un perro demacrado que salió del bosque, y en su boca sostenía un paquete: cuando la gente abrió el paquete, se horrorizaron por lo que vieron.
En aquella tarde fresca, el pueblo parecía contener la respiración. El cielo estaba bajo y gris, las hojas caídas crujían bajo los pies y el olor a humo de las estufas flotaba en el aire.
La gente se apresuraba a casa, sin prestar atención al crujido de los arbustos junto al camino. Pero de repente, alguien gritó:
— ¡Mira! ¡Hay un perro!
Un perro delgado y demacrado emergió del bosque, balanceándose sobre sus delgadas patas. Sus costillas se contaban una a una, su pelaje colgaba a mechones sobre su cuerpo, y sus ojos reflejaban dolor y súplica.
En la boca llevaba una bolsa de plástico, cuidadosamente sujeta entre los dientes. No gruñó ni huyó; al contrario, parecía pedir ayuda.
Cuando una mujer de una casa cercana decidió acercarse, la perra no se movió. Dejó la bolsa con cuidado en el suelo y aulló débilmente, mirando a la gente a su alrededor, como si temiera ser malinterpretada.
“¿Qué es esto?” susurró la mujer.
Dentro, tres cachorritos estaban acurrucados, temblando. Todavía completamente ciegos, estaban acurrucados como una bola, buscando calor.
La perra gimió suavemente, se acostó junto a ellos y se estiró, exponiéndoles sus pezones secos (los alimentó con todo lo que pudo durante todo este tiempo).
Casi no había comida en el bosque, y todo lo que encontraba —hojas, bellotas, corteza— se lo daba a sí misma solo en casos extremos. ¡Mucha suerte a los cachorros!
Vivía sola en el bosque salvaje. Nadie sabía cuánto tiempo vagó, cuántas noches pasó acurrucada, protegiendo a sus cachorros del viento.
Pero hoy la fuerza la abandonaba. Comprendió que si no recurría a la gente, nadie sobreviviría. Por eso salió. Como última esperanza.
La mujer recogió a los cachorros y los apretó contra su pecho, mientras alguien cerca ya colocaba un cuenco con agua y los restos de la sopa frente a la madre perra.
Comía con moderación, haciendo pausas, no por miedo, sino por debilidad. Su cola se movía débilmente. Comprendió: allí estaba la salvación.
Más tarde, todos fueron llevados a un refugio. Los cachorros crecieron fuertes, bien alimentados y queridos.