Mi marido estaba a punto de enfrentarse a un giro que nunca vio venir.
Salí del despacho del abogado con la expresión vacía y los hombros caídos, con el típico aspecto de exesposa derrotada.
El cielo estaba nublado y llovía a cántaros, una combinación perfecta con la fachada de tristeza que me cubría.
Pero por dentro, vibraba de anticipación. Agarré el frío picaporte de la puerta y me dirigí al ascensor, agradecida de que no hubiera nadie para presenciar lo que venía después.
En cuanto las puertas del ascensor se cerraron, no pude evitarlo: se me escapó una risita, burbujeando desde lo más profundo de mi ser como champán descorchado.
Sin darme cuenta, me reí a carcajadas, y el sonido resonó en el pequeño espacio como una loca.
Si alguien me hubiera visto en ese momento, habría pensado que me había vuelto loco por el estrés. Pero no, esto era solo el principio. Todo estaba tomando forma.
La casa, el coche, el dinero… Mike podía tenerlo todo. Eso era lo que quería, y me alegró dejarle creer que había ganado. Lo que no sabía es que todo esto era parte de mi plan.
Cuando