Pensé que la chica que vivía con nosotros era la hija de mi marido.
A los 49 años, tenía todo lo que siempre había soñado: mi propia casa, una carrera exitosa y gente que me importaba. Pero lo único que faltaba era el amor, un hombre que me hiciera sentir completa.
Y entonces llegó Aiden a mi vida. La persona más encantadora, un viudo con una hija de 18 años, o al menos eso era lo que yo pensaba.
Esa noche, en la recaudación de fondos, Aiden me llamó la atención. Era guapo y no se parecía a los hombres llamativos con los que me encontraba a menudo.
Se acercó a mí y empezó a charlar. Sus grandes ojos marrones me miraron como nunca antes me habían mirado.
Mientras nos servía el vino, mencionó algo sobre que no solía asistir a eventos de ese tipo, pero fue Emily quien lo obligó a salir más.
Sentí curiosidad y pregunté quién era Emily.
Aiden dijo que ella era su hija. Después de que su esposa falleciera, solo estaban los dos. Ella era su persona más importante, su apoyo.
La forma en que hablaba de ella me decía que era un padre cariñoso. Era evidente que la adoraba y que ella significaba todo para él.