Un anciano solitario invita a su familia a celebrar su 93 cumpleaños, pero solo aparece un extraño
El deseo de Arnold para su 93 cumpleaños era simple: escuchar la risa de sus hijos llenar su hogar una vez más. La mesa estaba puesta con manteles finos, un pavo dorado y velas que arrojaban una luz suave.
Pero la casa permaneció en silencio a medida que pasaba el tiempo. Llamaron a la puerta, pero no era a quien Arnold estaba esperando.
Arnold vivía en una pequeña cabaña al final de Maple Street. Tanto la casa como su dueño, que ahora tiene 92 años, mostraban su edad. Las paredes tenían grietas y el corazón de Arnold llevaba sus propias cicatrices.
Se sentaba en un sillón desgastado con Joe, su gato atigrado de color naranja, ronroneando en su regazo. Sus manos temblorosas se movían suavemente por el pelaje de Joe, encontrando paz en la rutina.
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La luz del sol se filtraba a través de las ventanas polvorientas e iluminaba las fotos antiguas que colgaban de la repisa de la chimenea.
Cada foto contenía una historia: Bobby con su sonrisa descarada, Jenny sosteniendo una muñeca, Michael con un trofeo, Sarah con su birrete y su toga, y Tommy el día de su boda, luciendo como un Arnold más joven.
—La casa los recuerda, Joe —dijo Arnold en voz baja, absorto en sus pensamientos. Tocó las marcas de lápiz en la pared que mostraban el crecimiento de sus hijos—.
Esta es de cuando Bobby practicaba béisbol en la casa —rió entre dientes, secándose una lágrima—. Mariam no podía seguir enojada con él. «Estoy practicando para ser como papá», decía.