Una mujer visita a su mejor amiga, quien recientemente adoptó a un bebé, y lo reconoce como su propio hijo biológico – Historia del día
La vida de Tina se desmorona cuando nota una marca de nacimiento en el hijo adoptivo de su mejor amiga, Megan, idéntica a la que tenía su hijo fallecido.
Mientras lucha por comprender esta imposible coincidencia, Tina descubre una verdad desgarradora.
Tina contuvo las lágrimas amargas mientras veía a su mejor amiga, Megan, mecer en brazos a su hijo adoptivo de tres meses, Shawn.
Era difícil alegrarse por su amiga cuando el dolor de Tina por la muerte de su propio hijo poco después de nacer y la reciente crisis de su matrimonio roto la atormentaban profundamente.
—Es perfecto, Meg —aventuró finalmente Tina, con voz suave, casi reverente. La mirada de Megan, rebosante de adoración maternal, se posó en su amiga.
«¿Verdad?», sonrió radiante, ofreciéndole a Shawn como una ofrenda preciosa. «Cabecita de cacahuete y esos muslos regordetes… ¡míralos! Me moría de ganas de presentártelo.»
Tina se obligó a sonreír mientras abrazaba con cautela al pequeño Shawn. No estaba preparada para estar tan cerca de un bebé. Se preparó para una ola de la oscuridad que la había atormentado los últimos meses.
En cambio, Tina sintió una oleada de calidez maternal, una sensación que creía perdida para siempre. Contempló el pequeño milagro en sus brazos mientras el pequeño puño de Shawn salía de la manta con la que Megan lo había envuelto.
A Tina se le cayó la mandíbula al reconocer la marca de nacimiento de color marrón pálido, con forma de corazón, en el hombro de Shawn: ¡exactamente la misma marca de nacimiento con la que nació su hijo!
Las lágrimas, al principio cálidas y silenciosas, brotaron de los ojos de Tina y se desbordaron. Caían en cascada por sus mejillas, borrando la fachada de la tarde. Megan corrió a su lado, con la preocupación reflejada en su rostro.
«Tina, ¿estás bien?» preguntó Megan.
—No —dijo Tina con voz entrecortada, apartando a su amiga con una mano temblorosa mientras seguía mirando la marca de nacimiento.
Megan suspiró, con el rostro abatido. «Lo siento mucho, Tina. Fue demasiado pronto, ¿verdad? No quise hacerte daño».
Pero Tina estaba sumida en una vorágine de dudas y dolor. La marca de nacimiento, ese cruel reflejo, parpadeaba ante sus ojos, atormentándola con su eco imposible. ¿Estaba perdiendo la razón? ¿El dolor distorsionaba su percepción, tejiendo hilos fantasmales de conexión donde no los había?
Y si es así, ¿por qué sostener a Shawn contra su pecho de esa manera hizo que su corazón se sintiera completo una vez más?
Megan extendió la mano, que se cernía sobre el brazo de Tina. «Oye, está bien estar molesta», dijo en voz baja.
«No estoy molesta, yo…» Tina miró al pequeño Shawn y se quedó sin palabras. No podía explicar cómo esa marca de nacimiento le había provocado la extraña sensación de que era su hijo, Liam, milagrosamente vivo.
Megan pensaría que estaba perdiendo la cabeza. Vaya, Tina no estaba segura de no estar volviéndose loca.
—Necesito un poco de aire —dijo Tina con voz entrecortada.
Le devolvió a Shawn a Megan y se puso de pie. La habitación se inclinaba peligrosamente a su alrededor.
El té de manzanilla que momentos antes le había parecido tan reconfortante ahora se le revolvía en el estómago. Se tambaleó hacia la puerta; cada paso era una batalla contra el peso de la negación y el temor creciente.
—¡Tina, espera! —gritó Megan, extendiendo la mano de nuevo.
Pero Tina no se dio la vuelta. Al cerrarse la puerta principal tras ella con un suave clic, se encontró sola en el fresco aire de la tarde, respirando entrecortadamente.
La posibilidad de que Shawn fuera su hijo era absurda, ¿verdad? Sin embargo, la duda, una vez plantada, se negaba a desaparecer. Su mente se llenaba de preguntas, de miedos, de un atisbo de esperanza imposible.
El silencio en la casa de Tina era algo vivo, latiendo con los ecos de los recuerdos y el peso sofocante de las preguntas no formuladas.
Estaba sentada en la alfombra, con las rodillas pegadas al pecho, mirando fijamente un libro de bebé encuadernado en cuero que yacía sobre la mesa de centro.
La única foto que tenía de su hijo, tomada apenas horas después del nacimiento de Liam, estaba guardada dentro.
Sus dedos se cernían sobre el cierre, con el miedo y el anhelo luchando en su interior. Abrirlo era retroceder al abismo, confrontar el recuerdo del lamento del monitor cardíaco, las palabras desgarradoras del médico, el eco hueco de sus propios gritos.
Pero dejarlo sin abrir era dejar que la duda se pudriera, envenenando la frágil esperanza que había ardido en casa de Megan. Con una respiración profunda que no logró calmar sus nervios, Tina abrió el libro.
Un gemido de angustia se le escapó al mirar la foto. Allí estaba, su hermoso bebé, envuelto en la manta de dinosaurio que le había comprado, con su carita plácida en el sueño.
Lo había amamantado por primera vez y luego lo había arropado; su inexperiencia se notaba en la forma en que él se había desprendido de la manta. Su mirada se fijó en la marca de nacimiento de Liam.
A Tina se le cortó la respiración. Tenía la misma forma, el mismo tamaño, estaba en el mismo lugar que la de Shawn. Un sollozo escapó de sus labios, un sonido que mezclaba dolor e incredulidad.
La habitación se nubló mientras las lágrimas llenaban sus ojos, cada una un eco silencioso del dolor que había enterrado en lo más profundo.
El dolor, una bestia dormida, despertó con fuerza. Tina recordó la oscuridad sofocante de las semanas posteriores a la muerte de Liam y la gélida distancia que se había creado entre ella y Mark, su esposo. Se habían perdido en el dolor, aferrándose a diferentes fragmentos de su mundo destrozado en lugar de unirse.
Y entonces, la huida de Mark: papeles de divorcio y un billete de ida a Europa en busca de consuelo mientras vivía cerca de una guardería que nunca se atrevió a empacar. Tina se abrazó y se meció suavemente para calmar el dolor que la consumía. ¿Era posible? ¿Podría Shawn ser realmente su bebé?
—No —susurró a la habitación vacía—. No puede ser.
Pero la duda se había sembrado, echando raíces que se enredaron en su corazón. Cuanto más miraba la foto, más percibía similitudes imposibles entre los rasgos enrojecidos, blandos y de recién nacido de Liam y los de Shawn.
Tina se secó las lágrimas, y su determinación se fortaleció en medio de la tormenta de emociones. Tenía que saberlo. Tenía que descubrir si Shawn era su hijo. La incertidumbre, la esperanza y el miedo convergieron en una determinación única.
De pie, Tina cerró el libro del bebé con manos temblorosas, decidida. Haría lo que fuera necesario para descubrir la verdad. El camino que le aguardaba estaría plagado de desafíos, y ella lo sabía.
Si no fuera por la oportunidad de volver a abrazar a su hijo, de mirarlo a los ojos y saber que era suyo, los enfrentaría a todos.
Tina se secó los ojos mientras buscaba su teléfono. Era hora de dar el primer paso en un camino que la llevaría de vuelta con su hijo o la hundiría en una tristeza aún mayor. De cualquier manera, tenía que recorrerlo. La incertidumbre, vivir en el limbo, era una tortura que no podía soportar.
Marcó el número del primer investigador privado que apareció en los resultados de su búsqueda. Su voz sonó firme y sus lágrimas se secaron, reemplazadas por una férrea determinación.
«Necesito saber», dijo por teléfono. «Necesito saber si mi hijo sigue vivo».