Un padre lleva a su hija discapacitada al baile de graduación y encuentra un cheque de 10.000 dólares para el «Papá del año» en su buzón
Molly Harper se sentó tranquilamente junto al ataúd de su madre, mientras su silla de ruedas se balanceaba suavemente sobre la hierba fresca del cementerio.
El sol de otoño colgaba bajo en el cielo, extendiendo sombras sobre el suelo, mientras que el aroma terroso de las hojas caídas llenaba el aire, creando un ambiente reflexivo por todas partes.
Cuando cumplió diecisiete años, Molly había aprendido a vivir con los susurros y las miradas curiosas que la seguían. Su cojera era un recordatorio constante del accidente que la había hecho dependiente de su silla de ruedas.
Hoy, el dolor por la muerte de Daisy Harper se acentuó por una ansiedad inminente por el baile de graduación.
—Molly, ¡mira esto! ¡Tu papá está aquí! Una voz interrumpió de repente sus pensamientos.
Molly miró al pequeño grupo de personas reunidas en señal de duelo. Al final del grupo, su padre, Danny Harper, permanecía de pie con aire incómodo, agarrando con fuerza entre sus manos un ramo de lirios blancos.
Diez años después de su divorcio, Molly se encontró con recuerdos dispersos de su padre, retratado por Daisy como un hombre consumido por sus vicios. Molly no guardaba rencor, pero la distancia había formado una división invisible entre ellos.
Una vez finalizada la ceremonia, Danny se acercó a Molly. Su expresión mezclaba tristeza y determinación. Se arrodilló junto a ella y colocó con delicadeza una delicada corona sobre el ataúd de Daisy.
—Molly —dijo con dulzura—, me doy cuenta de que ha pasado un tiempo y me arrepiento de no haber estado presente tanto tiempo. Quiero aclarar las cosas.
Molly miró a su padre a los ojos, tratando de encontrar al hombre que apenas recordaba. Notó en él una sinceridad que nunca antes había notado. Justo cuando estaba a punto de responder, una voz penetrante interrumpió el momento.